Pero siempre imaginaba el cielo. Un cielo distinto. Con nubes de colores. Nubes con formas divertidas. Barcos piratas. Sirenas y conejos. Una gran aventura. Dar vueltas en el pasto hasta marearme para luego caer y abrir los ojos solo por unos segundos.
Yo imaginaba y eso estaba bien. No iba a quedar ciega. Pero no vería el cielo azul.
Solo cuando notaba las hojas marchitas en la acera sabía que era seguro levantar la mirada. El sol, esfera tentadora del verano, se había ido a dormir. Pero todo estaba gris.
Busque ese cielo lleno de nubes, el del atardecer que llenaba de colores la nostalgia del día.
Hasta que un día deje de buscar y comencé a imaginar. Y eso estaba bien. Eso era bonito.
Volvieron los atardeceres multicolores y el sabor del viento en el verano. Volvieron los interminables giros en el jardín y la voz de mi abuela diciendo que no mirara el sol fijamente.
Un cielo de invierno lleno de colores. Algún día. Quizás.
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